El profesor de Economía en la Universidad Pontificia de Comillas, Emilio José González González avisa que nuestros hijos vivirán peor que sus padres, también el el municipio de Boadilla del Monte
En la década de los 90, Paul Krugman acuñó la expresión “la era de las expectativas limitadas” para referirse a un fenómeno socioeconómico que estaba teniendo lugar en Estados Unidos y Europea Occidental. Se trataba de que, por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el nivel de vida de los hijos no iba a superar al de los padres.
Veinte años después, las expectativas limitadas de progreso socioeconómico se han transformado para un número creciente de personas en precariedad laboral.
Por precariedad laboral se puede entender la situación en que viven las personas con empleo que, por distintos motivos, se ven inmersas en situaciones que conllevan inseguridad, incertidumbre y falta de garantía en las condiciones de trabajo, más allá del límite considerado como normal.
Revolución digital y empleo
¿A qué se debe este hecho? Empecemos por analizar las causas relacionadas con la revolución digital y su impacto sobre el empleo. En su informe The Future of Jobs 2018, el World Economic Forum estima que, de aquí a 2022, desaparecerán 75 millones de puestos de trabajo en todo el mundo, aunque se crearán 133 millones. Eso sí, esos nuevos empleos requerirán de nuevas cualificaciones, hasta el punto de que el documento estima que una persona precisará en 2022 de 101 días adicionales de formación.
La revolución digital está teniendo un segundo efecto sobre la calidad del empleo. El cambio tecnológico está alternado las formas de vida y trabajo de la gente. Hoy se habla, cada vez más, de la necesidad de la formación a lo largo de la vida porque una persona desempeñará varias profesiones. Se habla también de trabajar por proyectos, no como contratado fijo, todo lo cual afecta a la calidad y seguridad del empleo.
Otras relaciones laborales
En este punto es importante señalar el cambio en las relaciones laborales que ha supuesto la aparición de la economía de plataformas digitales que permiten que la gente pueda obtener ingresos a través de los encargos que les proporcionan. El problema es que las plataformas son mediadores, no empresas de servicios, por lo que no contratan conductores o mensajeros en bicicleta.
De ahí que no exista una relación laboral tradicional, estable y acompañada de todos los derechos sociales que conlleva la contratación. Y, además, esas personas tienen que convivir con el temor de verse excluidos del sistema de avisos si, por la razón que fuese, la plataforma está descontenta con ellos.
Evidentemente, las plataformas digitales son un medio de obtención de ingresos, pero no necesariamente para llevar una vida digna. En Estados Unidos, por ejemplo, las grandes cadenas de supermercados han empezado a utilizar sistemas de plataforma para avisar a sus empleados de cuántas horas irán a trabajar al día siguiente, aprovechando la flexibilidad que ofrece la legislación laboral estadounidense.
El resultado es que un empleo fijo, de ocho horas diarias cinco días a la semana, se ha transformado en otro en el que un día se trabajan esas ocho horas, otro solo seis, otro más solo tres… en función de las necesidades de personal en todo momento. Eso, por supuesto, mejora la eficiencia de las empresas, pero impide que una persona pueda planificar su vida y, en el caso estadounidense, ahorrar para la universidad de los hijos o pagar un seguro médico, por ejemplo.
El caso español no estaría completo sin una referencia a la rigidez del mercado laboral. El coste del despido es uno de los más altos de entre los países de la OCDE lo que, según la organización, explica que las empresas hagan tanto uso del contrato temporal y que lo hayan hecho antes de la revolución digital.