El siglo XIX fue uno de los más frenéticos en la capital. Numerosas idas y venidas políticas hacían que no hubiera dos días iguales en el Madrid de la época. Además, los grandes cambios tecnológicos hacían que la ciudad que inició el siglo no tuviera nada que ver con la que dio la bienvenida al XX.
Lo que muchos no saben es que a finales de este, hubo un singular madrileño que eclipsó a todos los protagonistas que pudiera haber en aquel momento. Ese era el Perro Paco y hoy recordamos su curiosa historia.
El Madrid de los grandes cafés
Los locales de más éxito en aquel momento sin duda eran los cafés. Allí se reunían los intelectuales de la época para hablar de política, literatura e historia. Sus tertulias se alargaban hasta altas horas de la noche y, en ocasiones, hasta acababan en pelea.
Madrid contaba con numerosos cafés de los cuales solo se conservan unos pocos. Entre los que aún se pueden visitar está el Café Comercial, en la glorieta de Bilbao o el Café Gijón, en el Paseo de Recoletos.
Uno de aquellos centros culturales ya desaparecidos fue el café de Fornos. Este abrió en 1870, en la esquina que hace la calle Alcalá con Virgen de los Peligros. Si paseáis ahora por allí, podéis encontrar una famosa cadena de cafeterías americanas.
El Fornos era uno de los cafés más lujosos de la época. Sus tertulias literarias eran las más famosas de Madrid. Era un punto de encuentro para todos aquellos literatos que fijaron su residencia en la capital.
Azorín y Pío Baroja frecuentaban mucho este establecimiento. También a Manuel Machado le encantaba tomar café en los sótanos del Fornos.
Por las noches, los visitantes del cercano Teatro Apolo se pasaban por allí, dándole a este café una doble vida. Por la mañana, seriedad y desayunos. Cuando anochecía en Madrid, citas, juerga y alegría.
En 1904, uno de los hijos del propietario, Manuel Fornos Colín, se suicidó pegándose un tiro en la cabeza en uno de los salones privados del café. Con este tortuoso acontecimiento comenzaría el declive del Fornos, cerrando definitivamente cuatro años después.
El Perro Paco, el cliente más célebre del Café Fornos
Entre tanto famoso intelectual, había un cliente del Café Fornos muy especial. Cada día visitaba este café, sin faltar ni uno solo a su cita. Ese era Paco, el protagonista de nuestra historia.
Paco era el madrileño más famoso de la época. Todos le conocían. Su nombre salía en los periódicos. Las mujeres se agachaban a su paso. Todo un ídolo de masas. Lo que no sabéis es que Paco era un perro.
El Perro Paco visitaba cada día el Fornos. El marqués de Bogaraya pasaba allí las tardes cuando se fijó en este animalillo. Un día le dio un chuletón y desde entonces Paco se engancharía a la vida que llevaban los grandes nobles del momento.
El marqués de Borgarya se encariñó enseguida de este chucho callejero. Como le conoció el día de San Francisco de Asís, decidió bautizarle como Paco. A pesar de esta bonita amistad, Paco nunca tuvo dueño y siempre fue libre de andurrear por Madrid.
Paco acudía todos los días al Fornos a ver si su amigo el marqués le obsequiaba con algo de comer. Cuando no conseguía nada, se iba al Café Suizo que estaba justo en frente. Así iba recorriendo la ciudad de café en café y ganándose la confianza de todos los madrileños.
Enseguida los periódicos de la época se interesaron por este peculiar personaje costumbrista del Madrid de finales de XIX. El Perro Paco ya aparecía en la prensa más veces que cualquier político y famoso cantante.
Un perro con inquietudes culturales
Tanta fue la influencia que tuvo, que cuando se acercaba a un sitio, los porteros de los locales jamás le negaban la entrada por miedo a que la prensa les criticara. Paco era todo una ‘celebrity’ y se ganó el respeto de todos.
El Perro Paco no solo visitaba los cafés en busca de comida, sino que también se colaba en el teatro, en la ópera, en el hipódromo… se conocía la ciudad mejor que muchos madrileños.
Las crónicas de la época decían que este singular personaje se ganó el respeto de los guardias y el cariño de la gente más rica de Madrid. Uno de ellas dice: “Si no esperásemos que de un momento a otro Paco rompa a hablar para fraternizar con él, todo el mundo ladraría.
Paco era negro. No era muy grande y tampoco era de ninguna raza en especial. Tenía el pecho blanco y el pelo corto. En esta foto podemos ver un perro al fondo, bastante similar. Quizás el fotógrafo consiguió inmortalizar a nuestro particular amigo.
Los toros, la pasión que le costó la vida
Aunque Paco frecuentaba muchos lugares, si había algo que le apasionara a este perro era ir a los toros. No se perdía ni una sola corrida. Hasta tenía su propio tendido.
En los tiempos del Perro Paco, la plaza de toros de Madrid se encontraba en el lugar donde ahora se levanta el Palacio de los Deportes en el barrio de Goya. El tendido 9 era el que el perro paco elegía cada vez que acudía a ver este espectáculo.
Una de las costumbres que tenía era saltar al ruedo entre toro y toro. Paco, sobre el albero, empezaba a realizar piruetas y gracias que animaban al público madrileño. Todo esto es aún más increíble cuando recuerdas que este perro no tenía dueño y que era callejero.
Tanto le gustaban los toros que esta afición le costaría la vida. Corría el 21 de junio de 1882 cuando Paco se presentó como cada día a su cita imperdonable con la tauromaquia. Un novillero liaba un par de toros, de muy mala manera.
En el momento en el que el torero se dirigía a darle muerte al toro, Paco saltó al ruedo. Parecía que quería reprocharle su mala mano. Le comenzó a ladrar, a increpar, como riñéndole por la fatal faena que había realizado esa tarde.
EL torero, para no tropezarse, empezó a empujarle, con tan mala pata que acabó dándole una estocada. El público entró en cólera al ver que el novillero había herido al famoso Perro Paco.
De allí se llevaron al perro herido, para intentar que se recuperara. Pero no fue así. Finalmente, el Perro Paco murió.
El triste final del Perro Paco: el olvido
Tras su muerte fue disecado y expuesto en una taberna de Madrid. Finalmente, tras unos años allí se decidió enterrarle en el Parque de El Retiro.
Se intentó reunir dinero para crearle una estatua, pero al final no se consiguió. Madrid alimentó, mimó y admiró al Perro Paco durante años, para que luego acabara totalmente en el olvido.
La única herencia que quedó Paco fue un dicho popular madrileño que dice así:
¡Sabes más que el perro paco!
Dicho popular
Hoy le recordamos aquí, como parte de esa intrahistoria madrileña, la cual no sale en los libros, pero que también escribieron miles de madrileños desconocidos.