Venidos de todas partes de España, los inmigrantes que llegaban a Madrid se alojaban en unas curiosas construcciones que le otorgaron su sabor castizo a la capital.
En las corralas de Madrid, las penas y las alegrías corrían de balcón a balcón. Recorremos su historia y recordamos aquellos días en los que aquí había más representación territorial que en las propias Cortes Generales.
La inmigración del campo a la ciudad cambió Madrid
El desarrollo industrial trajo muchos adelantos a la vida cotidiana de la gente, pero también bastantes inconvenientes. No toda la sociedad española supo asimilar la rapidez de los cambios de buena manera.
Una de las consecuencias directas de la proliferación de la producción industrial fue la migración del pueblo a la ciudad. Mucha gente que vivía en el campo se trasladó a la capital buscando un futuro mejor.
El problema es que las ciudades aún no estaban preparadas para albergar tal cantidad de nuevos habitantes. Además, muchos de ellos venía sin recursos suficientes para poder acceder a una vivienda digna.
Esta migración tan acelerada hizo que en la periferia se crearan poblados chabolistas para alojar a esta masa de gente. Ejemplo de ellos son las que se construyeron en las inmediaciones de lugares como Cerro Tío Pío.
A partir de este momento, aprovechar cada metro cuadrado era importantísimo. Partiendo de aquí, a los arquitectos se les ocurre crear un tipo de vivienda que diera un solución rápida a este problema sobrevenido.
Las corralas, la respuesta a una necesidad
Aunque las corralas comenzaron a proliferar más fuertemente durante la industrialización de España, lo cierto es que ya existían construcciones similares en Madrid en el siglo XVII.
Al principio, las viviendas en Madrid eran unifamiliares. Sin embargo, como ya hemos comentado, esa necesidad de albergar a más gente hizo que los edificios compartidos se hicieran cada vez más populares.
Las corralas se inspiran en la arquitectura andalusí árabe, que a la vez está basada en las villas romanas. En este tipo de viviendas el patio central era el protagonista y la vida se hacía entorno a él.
En los pisos de las corralas vivían los habitantes más humildes de la capital pues estas casas no eran precisamente cómodas. A veces, varias familias compartían una misma habitación.
La gran mayoría de ellas no superaban los 30 metros cuadrados. En este reducido tamaño, la intimidad era algo que brillaba por su ausencia. Eran viviendas para dormir y compartir.
El mejor ejemplo de hasta qué punto todo el mundo era como una familia es que todos tenían que compartir el mismo baño. No era posible tener un aseo en cada vivienda, por ello había uno solo al final del pasillo.
También solía haber una fuente en el medio de patio, donde los vecinos bajaban a por agua. También se turnaban para limpiar las zonas comunes, que prácticamente eran todas.
Así era el día a día en las corralas madrileñas
Todo se compartía en las corralas. Desde las alegrías y penas, hasta el propio retrete. Esta vida pública fue lo que le otorgó ese carácter castizo a estas construcciones tan típicamente madrileñas.
Asomarse al balcón y hablar con el vecino era el día a día de los habitantes de estas viviendas. Discutir por las cuerdas de tender también formaba parte de la rutina diaria de los que habitaban en las corralas de Madrid.
Con el tiempo, la gran familia que formaban las comunidades de vecinos organizaban eventos en los que se celebraba la castiza verbena de San Cayetano o se representaban las zarzuelas más famosas de la época.
Jornaleros, vendedores ambulantes, cesantes… estos eran los oficios de vivían en las corralas madrileñas. Además, cada uno venía de una parte de España, por lo que estos patios eran más representativos que el propio Congreso de Los Diputados.
El presente de las corralas de Madrid
Cuando las condiciones económicas de los ‘corraleros’ mejoraban, iban abandonando estas pequeñas casas. Esto hizo que entre los años sesenta y ochenta muchas de ellas acabaran en un estado deplorable.
A pesar de ello, se estima que en Madrid aún se conservan casi 400 corralas en buen estado. Alguna de ellas se ha convertido en hotel que aloja a los turistas que buscan disfrutar del Madrid más auténtico.
La mayoría de las corralas se encuentran en los barrios de Lavapiés y la La Latina. Pero también hay varias por Carabanchel, Tetuán o el barrio de Malasaña. Todo Madrid sucumbió a los encantos de estas construcciones.
Otra de las que se pueden visitar es aquella que alberga el Museo de Artes y Tradiciones Populares en la calle Carlos Arniches. Allí se fusiona la tradición popular urbana y rural, siendo uno de los museos más desconocidos pero más interesantes de Madrid.
Pero si hay una que sea auténtica y que siga teniendo su carácter original, esa es la Corrala de Sombrerete. Construida en 1872, inspiró la zarzuela de La Revoltosa. También quedó inmortalizada en la obra Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós.
Todavía puedes pasear por Lavapiés y disfrutar de estas construcciones tan auténticas. El carácter madrileño sigue resistiendo en estos patios de vecinos que siguen viendo la vida pasar bajo sus balcones.