Las flores de los almendros de la Quinta de los Molinos son esperadas con autentica pasión cada año por todos los madrileños. Cuando llega el calor, en esta finca de la calle Alcalá explota la primavera.
Muchos de los que hoy disfrutan de este gran manto de nieve rosa no saben que, tras este parque, se esconde el capricho de un pionero arquitecto que se dejó la vida por convertirla en la maravilla que es hoy.
Conoce quién se esconde detrás de la Quinta de los Molinos y disfruta de la primavera disfrutando de los que muchos califican como ‘el Valle del Jerte madrileño’.
El gran capricho de César Cort
El amplío espacio que hoy ocupa la Quinta de los Molinos tradicionalmente pertenecía a diversas familias nobles de la capital. Sin embargo, su último propietario de alta alcurnia fue el VI Conde de Torres Arias.
Ildefonso Pérez, que así se llamaba este noble, quería construirse un palacete en la calle General Martínez Campos allá por el año 1920. Para poder pagar al arquitecto que llevaría a cabo la obra, decidió regalarle estos terrenos.
César Cort Botí era el nombre de este arquitecto valenciano al que le debemos lo que hoy conocemos como Quinta de los Molinos. Cuando recibió estos terrenos como pago, empezó a idear una hermosa finca para su propio recreo.
César Cort también fue político. Durante la II República fue concejal católico en el Ayuntamiento de Madrid. También poseía minas de wolframio gracias a las cuales amasó una gran fortuna.
Este arquitecto fue el padre del urbanismo en España. Fue el primero en todo el país en ostentar una cátedra en esta disciplina. También era académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Su idea de urbanismo era aunar a la vez ciudad y naturaleza. Mediante esta fusión, los habitantes de las grandes urbes no se asfixiarían entre el asfalto y podría disfrutar aún más de sus lugares de residencia.
Lo primero que hizo con estos terrenos fue ampliarlos comprando las parcelas colindantes hasta adquirir un total de 28,6 hectáreas. Sus descendientes dirían que “la Quinta era la niña de los ojos” de César Cort.
El Palacete y la ‘Casa del Reloj’, los dos grandes olvidados
La Quinta de los Molinos era propiedad privada de César Cort y, como tal, la diseñó a su propio gusto. Para ello, quiso crear un lugar inspirado en la típicas fincas mediterráneas llenas de agua, luz y árboles con flores.
Cort trasladó su residencia a esta finca. Para poder vivir aquí, se construyó un palacete en la zona norte de la misma. Esta es la obra más importante de todo el parque.
El palacete es de los pocos ejemplos de modernismo austríaco que podemos encontrar en Madrid. Fue construido en 1925 y por su estilo constituye una obra única en la capital.
Un curioso acontecimiento hizo que César Cort decidiera abandonar este palacete como residencia habitual. Resulta que el arquitecto un día se cayó por las escaleras. Por este motivo, pensó que sería buena idea cambiar de casa para evitar más accidentes.
A pesar de ello, no quiso separarse de su querida Quinta de los Molinos. Por ello, se trasladó a la Casa del Reloj, que hasta entonces era su residencia de verano. Todo ello sin salir del mismo parque.
El color rojo de sus paredes llama mucho la atención. Además, la Casa del Rejoj de la Quinta de los Molinos tiene una torre coronada con un reloj al que debe su nombre.
Ambos edificios han estado prácticamente abandonados. Al Palacete quisieron convertirlo en sede de aquel Madrid olímpico que nunca llegó a materializarse. La Casa del Reloj nunca ha tenido un nuevo uso.
En los últimos meses parece que se van a destinar ambos espacios a albergar centros culturales donde los jóvenes madrileños puedan divertirse en aquel lugar que soñó Cesar Cort.
Los molinos más famosos de Madrid
Pero, ¿por qué Quinta de los Molinos? Pues su nombre tampoco deja mucho lugar a la imaginación. Se llama así porque en su interior alberga dos grandes molinos traídos directamente desde EEUU.
Estos molinos pertenecen a la típica estampa de las películas sureñas americanas, esas en las que salen los matojos por las calles y las fincas llenas de reses. Se trajeron desde aquel mismo lugar en el año 1920.
Sin embargo, estos molinos no se instalaron en la Quinta simplemente para adornar. Ambos servían para extraer el agua subterránea que recorría el parque. De esta manera se podía regar toda la vegetación de la finca.
Uno de estos molinos se encuentra cerca de la Casa del Reloj. El otro de ellos, está en las inmediaciones de la rosaleda del parque. Gracias a ellos se pudieron construir numerosas fuentes, estanques y lagos dentro de esta quinta.
Muy cerca de aquí podemos ver también una columna jónica del siglo XVI. Se trata de un resto arqueológico que César Cort quiso añadir a la paisajística de lo que fue el gran proyecto de su vida: la Quinta de los Molinos.
La Quinta de los Molinos sin Cort
Tras la muerte de César Cort, el futuro de la Quinta de los Molinos cambió para siempre. El gran proyecto acabó en manos de sus herederos los cuales, curiosamente, son propietarios de grandes terrenos en Valdebebas.
Los nuevos dueños de la quinta tenían que decidir qué hacer con las 28,6 hectáreas que conforman este parque. Para ello, se llegó un acuerdo con el Ayuntamiento de Madrid.
El acuerdo contemplaba lo siguiente: los Cort cederían 21,5 hectáreas a Madrid si este le dejaba urbanizar el resto del terreno que quedaba libre. En 1982 se decidió aceptar el trato.
Ya en manos del Ayuntamiento de Madrid, la Quinta de los Molinos pasó años abandonada, lo que se tradujo en grandes talas de árboles y un estado deplorable de todo el entorno que con tanto mimo había cuidado César Cort.
Finalmente, en 1997 fue catalogada como Parque Histórico y Bien de Interés Cultural. Esto permitió poder restaurar el aspecto original de la finca y convertirla que en la tan querida Quinta de los Molinos.
El ‘Valle del Jerte’ madrileño
No se puede escribir sobre la Quinta de los Molinos sin mencionar aquello que la hace tremendamente popular entre los madrileños: sus almendros en flor.
Cada primavera, este parque alejado del bullicioso centro se llena de visitantes queriendo contemplar el manto rosa que cubre con los primeros rayos de sol de la temporada a la Quinta de los Molinos.
La verdad es que César Cort estaba pendiente de cada detalles. Plantar almendros no fue una decisión precisamente arbitraria. Este árbol, además de su bonita floración, cuenta con otro tipo de ventajas.
La primera de ella es que es bastante barato. Sembrar grandes masas arboladas era una tarea bastante costosa, por ello, buscar una alternativa que no supusiera una gran inversión era esencial.
Otra de las grandes ventajas es que los almendros son una especie muy fácil de arrancar. César Cort lo hizo pensando si, en el futuro, este gran solar se tuviera que convertir en terreno urbanizable. A este arquitecto no se le pasaba una.
En total se estima que en la Quinta de los Molinos hay más de 8.000 árboles. Su efímera floración se convierte cada año en protagonista indiscutible de la primavera madrileña.