Otro domingo llega a la capital y con él, una nueva cita El Rastro madrileño. Puntual como hace más de trescientos años, los puestos de uno de los mercadillos al aire libre más importantes de Europa, esperan la visita de cientos de visitantes.
Lo que empezó como un pequeño mercado en los aledaños de un matadero, hoy es uno de los grandes símbolos de la capital. Recorramos la historia de El Rastro desde sus inicios hasta un domingo más como hoy.
LOS BARATILLOS PROHIBIDOS POR FELIPE II
Con la llegada de Felipe II a Madrid y el traslado de la capital, a la pequeña Villa del centro de España empezaron a llegar numerosos comerciantes desde todas las partes del país.
Estos vendedores ambulantes iban instalando sus puestos improvisados donde podían. Traperos, vendedores de segunda mano… todos intentaban ganarse la vida como buenamente podían por las calles de Madrid.
Uno de los mercadillos más famosos era el de la Puerta del Sol. También tenía gran solera el de la Plaza Mayor. Lo cierto es que había tantos, que llego un punto en el que empezaron a suponer un problema para la capital.
Corría por entonces el siglo XV y la corte decidió que era hora de ponerle freno a todos estos baratillos incontrolables. Por este motivo, Felipe II emite un bando por el cual se prohíben. Debido a ello, estos mercadillos se empezaron a desplazar fuera del área metropolitana.
‘EL RASTRO’ DE SANGRE
En aquel siglo, Lavapiés era uno de los barrios más poblados de la Villa. Esto era debido a que era una zona industrial. Entre sus calles se encontraban fábricas importantes como la de tabaco, la de salitre o los mataderos municipales.
El origen de El Rastro va unido a la historia de estos mataderos madrileños. El primer del que se tiene conocimiento data del año 1497. Cuando estos centros sacrificaban a los animales, los restos se los regalaban a los comerciantes para que pudieran venderlos en la calle. De ahí nace la casquería como gastronomía típica madrileña.
En el entorno de los mataderos se comienzan a instalar pequeñas cajas con entresijos, pieles y casquería en general para venderlo a menor precio que la carne. Esta también se vendía por los aledaños. De ahí que en la zona de El Rastro nos encontremos calles como Ribera de Curtidores, el Carnero o Cabestrero.
El nombre de este mercado madrileño viene precisamente de esta tradición carnicera. El “rastro” era el camino de sangre que dejaban las reses recién sacrificadas cuando se arrastraban por la calle camino de las carnicerías. De ahí su curiosa denominación.
Es muy curioso porque, aunque aparecieran mercados como el de La Cebada o se dejara de vender carne en la calle, lo cierto es que la popular matanza del cerdo se siguió practicando en el barrio de La Latina hasta muy entrado el siglo XX. Todo como herencia de esos antiguos mataderos municipales.
UN MERCADO QUE NO PARA DE CRECER
El Rastro comenzó a crecer más y más. La prosperidad de los puestos de carne y casquería comenzaron a atraer otros de diferentes índoles como los panaderos, las verduleras o los puestos de ropa vieja.
Estos nuevos comercios hicieron que el mercado de la carne se fuera desplazando. Todo ello era motivado porque la salubridad de los productos comenzaba a peligrar ante la aglomeración de puestos y personas.
Lo que antes era un mercado casi permanente, poco a poco se fue relegando a los domingos. Los anticuarios llegaron al Rastro y la carne se sustituyó por antigüedades, muebles y toda clase de pintorescos productos.
En el siglo XX definitivamente desaparece ese carácter de carnicera. El nacimiento del Matadero de Paseo de la Chopera hirió de muerte a ese primitivo Rastro para dar paso a un importante mercado al aire libre en el que poder encontrar hasta lo inimaginable.
EL DESAPARECIDO ‘TAPÓN’ DE EL RASTRO
Donde hoy se instala cada domingo este importante mercado había una cosa que los madrileños conocía como ‘El Tapón del Rastro’. Este lugar obstaculizaba el crecimiento del lugar, pues suponía un enorme escollo para los comerciantes y visitantes.
En la Plaza de Cascorro había una manzana de casas. Estos edificios taponaban varios accesos a El Rastro como es el de la calle Toledo. En definitiva, tenían que desaparecer.
Alberto Aguilera, que por entonces era el alcalde de Madrid, decidió poner fin al ‘Tapón del Rastro’. Por este motivo, en 1905 dio la orden de demoler esta manzana para crear un espacio más amplio donde instalar los puestos.
En 1913 se terminaría la demolición, creando la actual plaza de Cascorro. Tras ello se instalaría aquí la famosa estatua que le da su nombre. Lo cierto es que este homenaje al héroe de Cuba ya estaba en El Rastro desde 1902, solo que se encontraba más abajo en la calle.
CUNA DE ARTISTAS Y MÚSICOS
El Rastro de Madrid es mucho más que un gran mercadillo al aire libre. Este emblemático lugar con siglos de historia ya forma parte de la cultura popular de la capital.
Este mercado impregna parte de la historia de la música de este país pues, por sus puestos y establecimiento han desfilado figuras de primer nivel.
El famoso Fary se dedicaba a vender en sus puestos sus primeras cintas de casette. También cantaba por sus tabernas un tal Diego Ramón Jiménez Salazar, un gitano que posteriormente sería conocido a nivel mundial como Diego ‘El Cigala’.
Este lugar también vio nacer el movimiento cultural más importante de la historia de Madrid: la famosa Movida Madrileña. Aquí estuvo el germen de aquel movimiento. ‘El Rollo’ salió de los pequeños puestos de discos y tebeo que Olvido Gara y sus amigos montaban cada domingo. Esa chica de catorce años sería con los años la mítica Alaska.
EL RASTRO MADRILEÑO EN LA ACTUALIDAD
El Rastro de Madrid fue tan importante que ni siquiera durante la Guerra Civil paró su actividad. Tampoco lo hizo durante lo más duro de la posguerra madrileña.
En la actualidad es el Ayuntamiento de Madrid el encargado de gestionar y coordinar este gran mercadillo. Las ordenanzas municipales dicen que nunca deberá superar los 3.500 puestos.
Por otro lado, también está prohibido vender ningún tipo de animal vivo. En El Rastro madrileño tampoco encontrarás nada de comida madrileña, pues el consistorio lo prohíbe.
Otro de los grandes alicientes del mercadillo por excelencia son sus tabernas. Uno no es realmente madrileño hasta que, después de recorrerte El Rastro, acaba en Casa Amadeo comiendo caracoles.
Porque ir a La Latina un domingo es como realizar un ritual. Recorrer sus calles es como viajar en el tiempo y descubrir poco a poco a qué sabe la capital. Disfruta del domingo por Ribera de Curtidores y piérdete en la historia gracias al querido Rastro de Madrid.