En pleno corazón de Madrid, la calle Mayor, alberga la fachada más estrecha de la capital. Pero no sólo esto es lo que llama la atención de todos los viandantes, sino la placa que luce junto al número 61, que atestigua quién residió en ella.
Su inquilino no fue otro que el escritor español, Don Pedro Calderón de la Barca. Allí vivió durante 18 años hasta que falleció en 1681.
Edificada a mediados del siglo XVII por el arquitecto Manuel del Olmo, era conocida como la casa estrecha debido a sus dimensiones; contaba con una fachada de cuatro metros y 36 centímetros de ancho, lo cual sólo permitía que tuviese un balcón.
CAPELLÁN DE HONOR
Estaba delimitada con el número 4 de la manzana 173, frente a la iglesia del Salvador. Ahora luce el 61. En su inicio, la casa pertenecía al Patronato Real de Legos, o lo que es lo mismo a la Capellanía de la Capilla de San José de la Iglesia del Salvador. Este patronato sería fundado por Doña Inés de Riaño, abuela materna de Calderón de la Barca.
Fue voluntad de su abuela, que alguien de la familia estuviese frente a la capellanía, por eso dejó esta vivienda para uso y disfrute del escritor. De la capellanía fundada posteriormente por su antecesora, también se hizo cargo este, que compatibilizó con la distinción otorgada por Felipe IV como “Capellán de Honor”.
DOS ALTURAS MÁS
La vivienda tal y como se conserva hoy en día, no es idéntica a la que residió el escritor. Entonces contaba con dos plantas y ahora luce cuatro. En 1859, el edificio ya se encontraba en un evidente estado de deterioro, por lo que el propietario solicitó permiso al Ayuntamiento de Madrid para su demolición, que finalmente no se llevó a cabo. Esto fue debido a la perseverante y pertinaz mediación de Ramón Mesonero Romanos, amigo y compañero de profesión del escritor.
Mesonero Romanos, también fue el encargado de evitar la desaparición de la Casa de Cervantes. Tal fue su insistencia, que llegó a permanecer una noche entera en la fachada del edificio. Tampoco dudó en recurrir a las más altas instancias, ya que solicitó el favor de la Reina Isabel.
Tuvo tanta repercusión en la época, que la prensa del momento se hizo eco y el encomiable esfuerzo tuvo su recompensa. Así se evitó no solo la desaparición del inmueble, sino que además dio permiso al propietario para levantar dos alturas más. Mantuvo el diseño de las plantas idéntico al anterior, y es así cómo ha llegado a nuestro tiempo.