En la actualidad, no damos importancia a cosas tan simples como poder bebernos un vaso de agua fría. Sin embargo, hace unos años, algo como esto suponía realizar una intrincada misión.
¿Te has preguntado alguna vez cómo enfriaban los madrileños en el siglo XVII? Pues descubre la historia de los curiosos ‘pozos de nieve’ del barrio de Bilbao.
El hielo, un artículo de lujo
En tiempos lejanos, el hielo era un artículo de lujo que solo se lo podía permitir las familias madrileñas más pudientes. En seguida, un empresario llamado Pedro Xarquíes se dio cuente de que aquí había un gran negocio.
La nieve se traía directamente desde la Sierra de Guadarrama. Se bajaba de la montaña en mulas y se transportaba hasta la capital en carruaje. Eran tan fructífero este negocio que, en el siglo XIX, se consumían hasta 1.265 toneladas anuales solo en la región.
Sin embargo, no solo este empresario vio aquí un filón. También los gobernantes de la época supieron que gravarle un impuesto a este artículo de lujo les haría recaudar grandes cantidades de dinero.
Para que esto fuera posible, el hielo y la nieve solo podía entrar a Madrid por la desaparecida puerta de Bilbao. De esta manera, sería muy fácil evitar el contrabando y hacer que se pagara impuestos por comercializar este bien tan escaso.
Por este motivo, en las inmediaciones de esta puerta se instalaría una de las fábricas más curiosas de toda la villa y corte. En lo que después sería el barrio de Malasaña, en aquel entonces teníamos los famosos pozos de nieve de Madrid.
Así se conservaba la nieve en estos pozos
La nieve venía directamente de la sierra a la capital, pero: ¿cómo eran capaces de conservarla el tiempo suficiente para que pudiera ser vendida? Pues el sistema era muy sencillo.
En el año 1863 se excavaron en la zona unas profundas cuevas formadas por una serie de pozos y piscinas. Allí se vertía la nieve que se mezclaba con paja para que la temperatura se conservara.
A la hora de venderla, por supuesto, la nieve no se repartía mezclada con esta paja. Se crearon una especie de cápsulas donde se metía el hielo. Posteriormente, estos se introducían en la bebida que se quisiera enfriar.
Estos grandes pozos de nieve ocupaban el lugar que ahora se encuentra entre la glorieta de Bilbao y la calle Barceló. En la obra que recuperación del actual Museo de Madrid se encontró parte de la noria de madera que se utilizaba para mover la mercancía.
Los madrileños, locos por la nieve
Ya sabemos que los madrileños son unos amantes de la nieve, pero no solo de la que cae del cielo, también de la que se vendía entonces. Al principio se vendía en los pasillos de los grandes palacios de los nobles, pues eran estos los que la consumían.
Con el tiempo, esta costumbre se generalizó. Los puestos de nieve se repartieron por todo Madrid. Se conoce que había uno en la misma Puerta del Sol. Otro se encontraba en la conocida plaza de los Herradores.
Los madrileños de la época bebían agua de nieve, que era la propia nieve mezclada con zumo de frutas. También vendía sorbetes y garrapiñas. Los helados se hacían metiendo zumo en un cubo y girándole dentro de otro recipiente lleno de hielo hasta que se congelara.
El mítico restaurante Lhardy de la carrera de San Gerónimo sería uno de los primeros que lo vendería y usaría en su establecimiento. Sin embargo, tenía que cumplir una norma: antes tenían que estar abastecidos todos los reales sitios de la corona. Lo que sobrara, sería para ellos.
El final de los pozos de nieve de la glorieta de Bilbao
Los pozos de nieve se gestionaban bajo monopolio. A pesar de ello, sería el mismo progreso el que acabaría con este próspero negocio que tanta felicidad dio a los madrileños del momento.
En el año 1888 la fábrica de la madrileña cerveza Mahou sería la primera de instalar su propia fábrica de hielo en la capital. A partir de aquí, la comercialización fue bastante más sencilla y el hielo se generalizó por toda España.
Finalmente, en el año 1913 se comercializa en Estados Unidos el primer frigorífico. Sería el inventor Fred Wolf el que sacaría al mercado este curioso artilugio que revolucionaria la vida doméstica de todo el mundo.
Cuando estos pozos desaparecieron dejaron un gran hueco en la ciudad. No obstante, no tardó en llenarse. En este lugar aparecería una nueva barriada que acogería a madrileños de todas partes y que hoy ocupa parte del barrio de Malasaña.
La próxima vez que pasees por la glorieta de Bilbao, recuerda que bajo tus pies hace muchos años se encontraban toneladas de “helados” esperando ser repartidos por las calles de Madrid.