Si lees el nombre de Alfredo Ruíz de Luna, quizás no te suene de nada. Sin embargo, si vives en Madrid te puedo asegurar que puede que contemples el fruto de su trabajo a diario. Tan solo tienes que mirar hacia arriba cuando pasees por las calles de la capital.
Ruíz de Luna es la persona que hay detrás de los famosos rótulos de azulejo que nombran las calles históricas de Madrid. Descubre la historia de este artista talaverano y de cómo su arte entró a formar parte de la historia de la capital.
LA PRIMERA VEZ QUE MADRID LE PUSO NOMBRE A SUS CALLES
Madrid antes era una pequeña villa cuyo callejero no tenía mucho que ver con la inmensidad de ciudad que hoy conocemos. Además, lo que hoy contemplamos como algo esencial como es el nombre de las calles, antaño no tenía nada que ver.
Rondaba el siglo XIX y la mayoría de las calles de Madrid no tenían ni siquiera nombre. Fue en el año 1833 cuando el Ayuntamiento de Madrid decide encargarle al Arquitecto Mayor, Javier de Mariátegui una importante misión: nombrar y numerar las vías madrileñas.
Gracias al esfuerzo titánico de Javier de Mariátegui, a partir de este momento las calles de Madrid empezaron a contar con números y una placa en su inicio y final que las identificaba. Inicialmente, estas placas eran blancas con las letras negras. Aún se conserva alguna en las calles más antiguas de Madrid.
EL IMPORTANTE ENCARGO DEL AYUNTAMIENTO DE MADRID
Llegaron los años 30 y por primera vez se diseña un plan para adornar las placas de las calles de Madrid. La Escuela Oficial de Cerámica de Madrid sería la encargada de realizar placas artísticas de azulejos que las decorarán. Sin embargo, la Guerra Civil y la escasez de la posguerra paralizó el proyecto.
Corría ya la década de los 90 cuando el Ayuntamiento de Madrid decide recuperar este bonito proyecto. En 1992 le encargaría a un artesano talaverano la realización de estos rótulos identificativo de las calles de la capital.
Estos no podrían abarcar toda la ciudad, por lo que se limitó a las calles del centro histórico de la Villa Corte. Estas placas las podemos encontrar en el recinto limitado por las calles de Alcalá, Gran Vía, la Gran Vía de San Francisco, Bailén, Paseo del Prado y Atocha.
ALFREDO RUIZ DE LUNA, EL GRAN PADRE DE LAS CALLES MADRILEÑAS
La persona elegida para llevar a cabo este importante encargo fue Alfredo Ruiz de Luna. Este artista nació en Talavera de la Reina dentro del seno de una importante familia de ceramistas. Su padre y su abuelo dedicaron parte de su vida a recuperar la esencia y reivindicar el papel de la cerámica talaverana.
Nacido en 1948, en los años 80 montó su propio taller en Madrid. Gracias a este traslado, Ruiz de Luna pudo realizar trabajos tan importantes como la decoración cerámica de los azulejos de la plaza de Toros de las Ventas.
En los años 90 recibe el gran encargo del Ayuntamiento de la capital de rotular las calles de Madrid. Gracias a ello, Ruíz de Luna pasaría a la historia como todos ellos que, siendo desconocidos, fueron los encargados de crear la parte más popular de Madrid.
ASÍ SON LAS PLACAS DE LAS CALLES DE LA CAPITAL
Alfredo Ruiz de Luna tuvo que diseñar más de 300 paneles de manera totalmente artesanal y única. En la actualidad son más de 1.500, pero muchos de ellos son réplicas del estilo de este maestro talaverano.
Las placas son cuadrados de 60 centímetros de lado. Está formados por un total de nueve azulejos colocados en filas de tres, decorados con las técnicas tradicionales de la cerámica de Talavera de la Reina.
En el diseño se representan historias, personajes y temas que son los que dan nombre a las calles de Madrid. Esto recupera una de las bases de esta cerámica manchega que consistía en utilizar dibujos para que aquellos que no sabían leer pudieran comprender aquello que se quería decir.
LA FAVORITA DE SU AUTOR: LA DE ARGANZUELA
Cientos de placas pintadas a mano dan fe de la importancia de su obra. Cuando le preguntabas a Ruiz de Luna por su favorita, siempre decía la misma: la de Arganzuela. Esta calle, muy cerca del Rastro, guarda una bonita leyenda.
Al parecer, cuando Isabel la Católica reinaba, un alfarero viudo llega a la capital y se instala en esta calle. Este tenía una hija conocida como ‘Sanchica’, la cual se dedicaba a traer agua desde el Manzanares hasta el taller de alfarería de su padre.
Hubo un día en el que dio la casualidad de que pasó por allí la mismísima reina. La monarca le pidió agua pues venía sedienta. Sancha le dio agua, mientras una lagrima le caía por la mejilla. Isabel la Católica le preguntó y, tras hablar con ella, mandó a un criado que le llenara tres veces el cántaro para regar un pedazo de tierra que le iba a regalar a Sanchica.
Este lugar que la reina le regaló a la hija del alfarero se empezó a conocer en Madrid como “de la Daganzuela”, es decir, la “chicuela” de Daganzo. Esto iría derivando a “la Arganzuela” y de ahí este nombre.
La Sanchica acabaría como muchas jóvenes de la época en un convento. Por ello Ruíz de Luna la pinta vestida de monja. Esta placa es la favorita de su autor porque, al no existir ningún retrato de esta chica, se inspiró en el rostro de su mujer.
En mayo del año 2013 Alfredo Ruiz de Luna muere en Madrid tras una larga enfermedad dejando en la capital una herencia que convierte su legado en algo completamente eterno. Ahora, cada vez que mires el nombre de la calle de Madrid te acordarás de él y de su obra.