A orillas del río Manzanares, entre el Parque del Oeste y el Palacio Real de Madrid, guarece un valioso conjunto pictórico que Francisco de Goya pintó a finales del siglo XVIII. De aspecto sobrio, la Ermita de San Antonio de la Florida no tiene el aspecto de otros grandes templos que ejercen su misma función, aunque es igualmente digna de ello.
Es uno de los templos más populares de Madrid, y no sólo por el tesoro que esconde, también por su romería que se celebra en el mes de junio, a la que acudían las jóvenes casaderas para pedirle un buen novio al santo.
La delegada de Cultura, Turismo y Deporte, Andrea Levy, y la concejala del distrito de Moncloa-Aravaca, Loreto Sordo, han visitado recientemente la Ermita de San Antonio de la Florida, donde han podido contemplar los frescos con los que el pintor español decoró el templo, y donde además, reposan sus restos desde 1919. La ermita es una de las joyas más destacadas de la oferta museística municipal.
EJEMPLO DEL NEOCLÁSICO MADRILEÑO
A pesar de ser uno de los mejores ejemplos del neoclásico madrileño, son los frescos de Goya los que convierten la en una visita imprescindible de Madrid. En la realización de esta obra maestra del arte español, el artista aragonés siempre tuvo presente que estaba decorando uno de los templos más populares de Madrid.
Debido a la especial preocupación que ha existido siempre por garantizar su conservación, en 1905 fue declarada Monumento Nacional y en 1928 se construyó a su lado un templo idéntico para trasladar el culto y reservar el original como museo de Goya.
Entre 1987 y 2005 se llevaron a cabo tres campañas de restauración, en las que se realizó primero la rehabilitación completa del edificio y, después, la limpieza y consolidación de los frescos que lucen en la actualidad con todo su esplendor.
En realidad, la ermita original, dedicada a San Antonio de Padua, fue construida frente a la Fuente del Abanico, por orden de Carlos IV. Una obra que Francisco de Fontana llevó a cabo entre 1792 y 1798. Su planta es de cruz griega con brazos muy cortos y ábside semicircular en la cabecera, el cual origina un espacio central dominado por una gran cúpula iluminada mediante linterna. Esta fue decorada por el pintor aragonés con frescos que representan el trance del Santo ante el pueblo de Lisboa.
Circunscriben la ermita estancias adosadas al exterior formando un rectángulo y resaltan los pies que marcan la fachada principal construida según el canon barroco. Por otro lado, los retablos fueron pintados posteriormente por Jacinto Gómez Pastor.