El Día de Pascua, o el Domingo de Resurrección, es uno de los días más importantes de la Semana Santa. Y también uno de los que se espera con más ilusión. Un día en el que los cristianos celebran el regreso de Cristo, a la vez que los niños disfrutan de sus huevos de Pascua. Una tradición que esconde más secretos de los que se podrían esperar.
Pocos son los que conocen el verdadero origen de la tradición de los huevos de Pascua el último domingo de la Semana Santa. Aunque la costumbre de elaborar huevos de chocolate sí está fechada a principios del siglo XIX. Un momento en el que los primeros huevos hechos con chocolate, y con pequeñas sorpresas dentro, aparecieron en Alemania, Italia y Francia.
Sin embargo, los orígenes de la tradición del huevo de Pascua no están del todo claros, aunque algunos expertos llegan a posicionarlo en el antiguo Egipto. Así pues, en la cultura de los faraones era frecuente enterrar huevos en las tumbas, en señal de que, como el ave fénix, los muertos llegarían a resurgir.
EL HUEVO DE PASCUA, PRESENTE EN TODAS LAS CULTURAS
Una idea que ha continuado apareciendo en otras culturas, como en la griega, con un ritual muy semejante al egipcio. A partir del siglo II, en Roma comenzó a celebrarse la Pascua de Resurrección, que se hizo coincidir en el calendario con la fiesta en honor de Eastre, de origen pagano.
Con el paso de los siglos, los huevos continuaron estando muy presentes en las ceremonias de entierros, aunque cada vez más eran considerados como elementos de buena suerte; más aún, si venían envueltos en pan de oro, o coloreados con tintes naturales. Ya en la Edad Media, y debido a la cuaresma cristiana, los huevos fueron vinculados con el fin de la penitencia de la Semana Santa, y el comienzo de la Pascua.
Una penitencia en la que, para evitar que los huevos, de pato o de oca generalmente, se estropearan, se les bañaba por fuera con una capa de cera líquida, que era coloreada para poder regalarlos posteriormente con la llegada de la Pascua.
LOS FABERGÉ, LOS HUEVOS DE PASCUA MÁS FAMOSOS DEL MUNDO
Sin embargo, de toda la historia y las leyendas que rodean a los huevos de Pascua, tal vez sean los huevos de Fabergé. Un regalo muy especial del zar Alejandro III a su esposa, María, en la Pascua de 1883, que se ha convertido actualmente en una de las piezas de arte más reconocidas y admiradas de la cultura imperial rusa.
Así pues, conociendo el éxito del orfebre Peter Carl Fabergé, y conociendo el amor de su mujer por las joyas y las piedras preciosas, el zar Alejandro III encargó a Fabergé la creación de un huevo de Pascua. Creación que acabó siendo de platino, que en su interior contenía un pequeño huevo de oro, el cual, se abría para dar paso a una gallina de oro en miniatura.
Un regalo que gustó tanto a la emperatriz, que se convirtió en una tradición dentro de la familia Romanov, con piezas cada vez más elaboradas y especiales. Una tradición de Pascua que continuó el zar Nicolás II, y que también utilizó para celebrar aniversarios importantes, como su coronación, o la terminación del ferrocarril Transiberiano.
Tradiciones que, con el paso de los años, han cambiado, evolucionado y, muchas de ellas, olvidado. Sin embargo, el objetivo de todo ello se ha mantenido hasta estos días. El disfrutar de un momento de Pascua inolvidable, y ahora, adornado con el sabor dulce del chocolate en todas sus formas.