Julio Santiago (1975, Miajadas, Cáceres) publica un nuevo libro de poesía en donde viene perfectamente acompañado por una de sus compañeras más leales: la pintura.
Acrílica (editorial Cuadernos del Laberinto, Madrid) centra su temática en el propio arte, pero también respira del propio sentido de la vida. Un libro dedicado a los amigos que se han ido y en donde el lector se encontrará con homenajes a personajes de la talla de Luis Eduardo Aute, Mills Fox Edgerton, Mª Ángeles Rubio, Enrique Valero, Lucía Bosé, Paca Aguirre, Guadalupe Grande, Jesús Hilario Tundidor, Pau Donés, Maxi Rey, Antonio Castellanos, Ángel Guinda, Almudena Grandes, Pedro Pérez, Agustín Cornejo, María García, Nina o Ana Pino. Pero el poeta no ofrece a los lectores una visión lacrimógena y pesarosa; su recuerdo transita por la belleza, la calma, el sentido de la familia o el colorido. Y es así como el pórtico de Acrílica ya indica que “lo que realmente importa depende de lo que somos, no de lo que tenemos. El confort del corazón es una cuestión de buena actitud frente a la cruda realidad. Nunca hay que dejar de soñar…”.
—Llega a las librerías Acrílica, donde combina poesía y pintura. ¿Cómo definiría esta nueva obra, qué va a encontrar el lector entre sus páginas?
—Acrílica es un libro concebido y gestado durante los primeros momentos de la devastadora pandemia como refugio y salvavidas para lograr salir adelante y continuar sonriendo, a pesar de todo y todos. No es un trabajo lacrimógeno, ni oscuro, ni melancólico, ni nostálgico por el patrimonio humano dañado y/o perdido -que ha sido mucho y de un valor incalculable-, sino que es una obra llena de luz, color, humor, amor y, sobre todo, esperanza. Creo que nuestra buena actitud frente a este tipo de acontecimientos es lo que realmente cambia el rumbo de la historia y da sentido a nuestra absurda existencia. En el libro aparece una nota preliminar mía donde explico todo esto, a continuación un magnífico prólogo de la escritora, profesora y gran amiga Rocío Peñalta Catalán y a partir de ahí se encontrarán con tres partes claramente diferenciadas: Depilados, Acrílicos y Horizontales, que son poemas, pinturas y cuentos, distintas formas de cultivar y enaltecer la belleza con el lector como cómplice.
—Su poesía refleja libertad y un gran sentido del humor, pero también está plagada de crítica, sobre todo a lo establecido por la costumbre y la moralina disecada en formol que a veces rige la sociedad.
—Sí, las libertades de impresión, expresión y acción con finalidades positivas para uno mismo y para el medio en el que nos vemos inmersos son derechos esenciales y fundamentales de los que debería gozar todo ser humano, pero desgraciadamente no siempre es posible el ejercicio de la libertad y entonces solo nos queda soñar, que no es poco. Muchas religiones, políticas y culturas castrantes han conseguido truncar a lo largo de los siglos incluso la capacidad de soñar. Yo soy un amante incondicional de la libertad, la predico y practico cuanto puedo con mi forma de ser y de estar sobre esta esfera, es lo que intento transmitir a través de mis trabajos literarios y plásticos. El sentido del humor es el mejor sentido de la vida, para mí es una herramienta fundamental, junto al erotismo, para realizar críticas constructivas. Un mundo mejor siempre es posible. Los artistas tenemos el deber de ser críticos con todas las normas conservadoras que atentan contra la naturaleza del mamífero humano y presentar alternativas progresistas que velen por su desarrollo integral.
—Una constante de su poesía es la aceptación de lo que cada uno es, de la plena consciencia de la identidad frente al mundo. ¿Es el arte un medio para avanzar en este conocimiento?
—A mí las Bellas Artes me han ayudado y ayudan a conocerme, aceptarme y quererme, creo que son los tres pilares básicos sobre los que se edifica no solo la identidad, sino también la felicidad del ser humano, que poco o nada tiene que ver con la euforia ocasional. Si no comenzamos por indagar sobre nosotros mismos, saber cuáles son nuestras virtudes y defectos y cultivar el amor propio, difícilmente lo podremos proyectar en otras personas. Todo comienza y termina en nosotros, nuestra actitud es lo único que realmente podemos cambiar, la forma de poder transformar positivamente el entorno cercano es predicando con la palabra acertada acompañada siempre de un excelente ejemplo. Para mí el arte es mi dios y mi salvación, es lo que da sentido al sinsentido de mi vida. Debemos ser conscientes de nuestra belleza y de toda la belleza circundante, a pesar de los grandes contratiempos que inevitablemente surgen a lo largo de la vida. No hay que dejar nunca de sonreír y alentar a la persona que habita nuestro espejo, será fiel compañera hasta el final.
—Leyendo su obra, es patente que usa la provocación para llegar allá donde lo cotidiano no accede. Pero en esta sociedad tan digitalizada, libre y reivindicativa, ¿qué es lo que sigue siendo un desafío?
—Yo no creo, sinceramente, que la sociedad actual sea libre y reivindicativa, sino todo lo contrario. La digitalización ha mejorado muchos campos de investigación científica, almacenamiento de datos, comunicación virtual, teletrabajo…, no lo dudo, pero el desarrollo de la inteligencia emocional y la interacción social a nivel físico son dos grandes asignaturas pendientes, especialmente en los países mal denominados como “desarrollados. Todo debe tener un equilibrio para que sea beneficioso. Estamos tan ocupados y preocupados con las pantallas que se nos ha olvidado mirar a los ojos, besar, estrechar cuerpos, acariciar, escuchar de forma directa… Perdemos vertiginosamente la capacidad instintiva de conquistar y ser conquistados porque hay una atmósfera feromónica que hemos suprimido de nuestras vidas y canales habituales de comunicación. La capacidad de reivindicar derechos fundamentales se va extinguiendo por la creación de nuevas necesidades materiales, estamos ahogados por la abundancia de cosas realmente innecesarias. Demasiados juguetes para jugar, cuando lo realmente importante es el hecho del juego en sí. La gran provocación y el gran desafío sigue siendo lo de siempre, el amor. A pesar de todo, lo que nos brinda la fuerza de voluntad para continuar adelante es querer y ser queridos. La soledad involuntaria es la gran patología de la sociedad actual.
—Encontramos en su obra muchas referencias a su niñez, a su vida familiar, ese colegio de religiosas o menciones a Miajadas, su pueblo natal. ¿Es la infancia lo que siempre permanece en el ser humano, cómo ha marcado todo esto a su literatura?
—Indiscutiblemente, la infancia es el sólido cimiento del patrimonio emocional, artístico y cultural de toda una vida. Miajadas, mi familia, mis amigos, vecinos, compañeros, paisanos…, la Calle Blanca, el Colegio Sagrado Corazón de Jesús y Mª Inmaculada, el Instituto de Bachillerato Mixto, la Casa de Cultura Massa Solís, las iglesias de Nuestra Señora de Belén, Santiago Apóstol y Nuestra Señora de Guadalupe, las ermitas de San Bartolomé y San Isidro, la ruta de los molinos, el pinar, el río Búrdalo, la caseta de Josefa y Andrés, el Canal de Orellana, el silo, el mercado…, han sido los escenarios de mis primeros pasos, de mis primeras palabras, los primeros amores… Yo permanecí en Miajadas hasta los dieciocho años, edad con la que marché a Plasencia a estudiar Enfermería y más tarde me asenté en Madrid, mi otro pueblo, atraído por la vida artística, cultural y social de la gran ciudad. Creo que tuve la gran suerte de nacer en un lugar idóneo rodeado de personas excelentes que me inculcaron y dejaron practicar el ejercicio de la libertad a través del arte literario y pictórico. Muchas cosas del medio impuesto no me gustaban y por eso desarrollé la capacidad de recrear el mundo heredado. Madrid me ha permitido llevar a cabo gran parte de los sueños y proyectos de infancia, pero todo ya venía esbozado de ese paraíso llamado Miajadas, solo me quedan los buenos recuerdos de lo allí vivido. Por todo ello es inevitable que la infancia no sea un tema recurrente en mi poesía cotidiana. Estoy orgulloso de ser como soy —aunque todo es muy mejorable— y venir de donde vengo.
—Su trayectoria literaria está marcada por la gran amistad que mantuvo con Gloria Fuertes. ¿Cómo fue esta relación, qué aprendió de ella?
—Mi gran amor, Gloria Fuertes, ha sido y es una constante en mi vida personal y artística. Desde que estaba en parvulario, la hermana Leonor nos enseñó a memorizar con poemas suyos —era lectura obligatoria—. Gloria y yo hablábamos el mismo idioma, entendía sus mensajes, me sentía muy identificado con lo que escribía. Se convirtió en un miembro más de la familia, siempre estaba en la telefunken -en blanco y negro- contándonos cuentos y recitando poemas. Con 10 años, la hermana Lucía nos regaló el Padrenuestro de Gloria y a partir de ahí me enganchó su poesía de adultos para siempre. En bachillerato comencé a escribirle por correo postal por mediación de otro amigo escritor, Joaquín Aguirre Bellver, la correspondencia se incrementó durante los años de formación universitaria y comencé entonces a frecuentar su casa de la calle Alberto Alcocer, en Madrid, invitado por ella. Ante su insistencia me vine a Madrid, nos hicimos íntimos amigos, la visitaba casi a diario. Se sucedieron multitud de viajes, fiestas, recitales, presentaciones…, hasta el final de sus días. Ella me abrió las puertas del mundo de las relaciones sociales, artísticas y editoriales. Gracias a ella me vine y quedé a vivir en Madrid, un pequeño, confortable y cálido pueblo que he heredado como tal, con toda su esencia.
—Otra persona importante en su obra fue el poeta americano Mills Fox Edgerton, a quien dedica Acrílica y quien nos dejó hace un año. ¿Cómo era Mills y su literatura, qué compartieron?
—Mills Fox era uno de los mejores amigos de Gloria desde que en la década de los 60 la recibiera en su cátedra de la Universidad de Bucknell (EE.UU.) como profesora invitada de Literatura Española durante un par de cursos. Desde entonces Mills no dejó de frecuentar España y de cultivar una estrecha amistad con Gloria y con todo su círculo de allegados, en el cual comencé a estar a mediados de los 90. Mills y yo nos hicimos especialmente muy amigos tras la muerte de Gloria y él pasó a ser un miembro muy apreciado y querido dentro de mi familia elegida. Con Mills, también he compartido mucha vida a lo largo de los casi cinco lustros que la hemos celebrado juntos y de una forma muy intensa. Durante los meses que pasaba en Madrid cada año quedábamos casi a diario para comer o cenar, pasear, reír, recitar, escribir, pintar, acudir a eventos de colegas y amigos, viajar… Él era una parte fundamental de mi vida emocional, cultural, artística y social. Echo de menos sus sabias recomendaciones, su compañía, sus chistes, sus inesperadas carcajadas, su sentido del humor, su complicidad en lo divino y humano, que diría él. Se fue poco después de nuestro amado Enrique Valero, nuestra querida Mª Ángeles Rubio (la Bruja)… Todos ellos merecían estar presentes en este nuevo trabajo.
Mills Fox Edgerton ha pasado a la historia como uno de los más prestigiosos hispanistas de la transición entre los siglos XX y XXI. Él cultivó todos los géneros literarios con un gran sentido poético de la ironía. Para la mayoría se murió un inquieto políglota, profesor emérito, prolífico escritor y pintor nonagenario a tener en cuenta, para mí un gran amigo insustituible.
—Sus poemas tienen la particularidad de la brevedad, y de estar distribuidos verticalmente usando una palabra por verso. A esto lo ha llamado usted “poesía depilada”. ¿A qué obedece esta singularidad, qué pretende con ello?
—Mi “poesía depilada” nació hace ya más de dos décadas ante la necesidad de contar de una forma diferente la realidad o el sueño que nos ocupa o que habitamos. Hay que conocer a fondo lo que hicieron nuestros predecesores para saber romper con ello de una forma premeditada, precisa y consciente. Todo evoluciona, la manera de hacer arte y transmitirlo también debe cambiar acorde con el tiempo en el que nos toca representar el papel de nosotros mismos. Nadie percibe el interior de uno ni el entorno igual que otro semejante, todos somos diferentes, esto se debe evidenciar a la hora de hacer arte y exhibirlo. Estoy muy harto de leer miles de libros que no son otra cosa que fruto del continuo plagio en cadena, sobre todo dentro del género Poesía, existen muy pocas voces realmente originales, atrevidas, puras, únicas, dispuestas a ser señaladas por alternativas, irreverentes, incomprendidas… Debemos lanzarnos desde el precipicio de nuestra propia creencia sin hacer caso alguno a formalismos ni convencionalismos baratos que no nos llevan a otro lugar que al aburrimiento y a la reiteración continua de lo ya hecho y dicho. Podemos inventar palabras, estructuras, nuevas fórmulas para enaltecer la belleza, denunciar la injusticia y recrear un mundo a nuestro antojo personal. Sabernos diferentes y con una visión poliédrica e infinita nos hace mucho más ricos y felices.
—No le podemos dejar escapar sin que nos recomiende sus libros favoritos.
—Uff, son tantas las lecturas y tantos los autores que de una forma u otra me han marcado positivamente desde la más tierna infancia, que sería imposible enumerar con acierto y precisión cada una de las obras. No voy a nombrar las clásicas y contemporáneas que ya conocemos todos y que muchas de ellas han sido incluso materias obligatorias durante nuestra formación académica. Prefiero hacer recomendaciones más actuales de colegas y amigos que de vez en cuando me invitan a volar, ofreciéndome una realidad diferente, es lo que más me interesa ahora mismo, que me roben el corazón y me hagan soñar.
Me vienen a la cabeza en este momento algunos títulos como Andar por casa de Rocío Peñalta Catalán, Los habitantes del panorama de María Eloy García, Cicatrices de asfalto de María José Cortés, Urmuzios de Ana Mª Cuervo de los Santos, Micropoemas (1,2,3 y 4) de Ajo, Guerra de identidad por Déborah Vukušić, Arqueología de Montserrat Cano, Elegías para un avión común de Carla Nyman, Ficciones de carretera de Aurora Pintado, Aforo incompleto de Sandra Barrera Martín, Casa útero de Bárbara Butragueño, Versos de perra negra de Pura Salceda… Me doy cuenta de que todos los libros de los que me acuerdo y me han marcado por algún motivo especial están escritos por mujeres, curioso y muy grato. No puedo dejar de nombrar Historia de Gloria, Obras incompletas y Mujer de verso en pecho de mi amada Gloria Fuertes, siempre tan actual, y también otra magnífica obra titulada Memoria de la melancolía, de la inolvidable Mª Teresa León. Nombraré como colofón de este listado de mujeres a un hombre y poeta muy preferido, Juan Luis Mora, con su Dominó Mariposa.
—Y la pregunta obligada a un poeta: “¿qué es poesía?”
—Yo lo tengo claro. Para mí, la poesía es la expresión de la belleza a través de cualquier manifestación artística. Es eso que necesitamos para argumentar nuestra existencia y para disfrutar del trayecto de este viaje con destino a ninguna parte. La poesía está presente en todas las artes, en la vida cotidiana, en la escasez y la abundancia, en la patología y el bienestar, hasta en la propia muerte. Nacemos de la poesía, somos poesía, consumimos poesía, emitimos poesía, convivimos dentro de un entorno poético. La poesía ya estaba ahí cuando nos parieron. La labor del poeta únicamente es cultivarla, admirarla, transformarla en función de sus necesidades y compartirla. La poesía, pues, lo es sencillamente todo para mí.