Los amantes de la poesía están de enhorabuena porque acaba de llegar a las librerías de toda España el nuevo poemario, Desconcertada agenda, de Enrique Gracia Trinidad, esta deidad de la lírica contemporánea es uno de los más reconocidos y leídos escritores en la actualidad. Todo el mundo adora a Enrique Gracia. Pocos autores hay tan brillantes, profundos y entretenidos como este madrileño de sombrero y sonrisa fácil. Profesor de voz, de talleres poéticos, conferenciante y divulgador cultural. Galardonado con premios tan relevantes, entre otros, como los accésits Adonais (1972), Rafael Morales y Ciudad de Torrevieja; y los premios Encina de la Cañada, Feria del Libro de Madrid, Blas de Otero, Bahía, Juan Alcaide, Emilio Alarcos, Juan Van-Halen, Eladio Cabañero, Francisco de Quevedo de Villanueva de los Infantes o Vicente Gerbasi (Venezuela).
Desconcertada agenda, editada por Cuadernos del Laberinto, es una obra que abre el apetito poético. Con una rima y una métrica cuidada que refleja el gran oficio literario del autor, se adentra en la cotidianidad y en el interior del ser humano. Enrique usa armas tan cotizadas e inusuales como son el sentido del humor, la crítica social o la contemplación de la belleza con un lenguaje claro y cercano.
El libro es una agenda «patas arriba»; un desconcierto, como indica el título. Su autor permanece fiel a unos versos que escribió en otro libro —Sustancia de los días—, en el que afirma: «Hay semanas que [los poetas] no saben qué traje / vestir para su entierro, / meses que se refugian en un beso olvidado / y años que están perdidos /en el solemne laberinto de la melancolía.// Los poetas manejan mal su agenda».
Las personas se encuentran ante un poemario de altura excepcional e insólito que insufla amor y respeto al lector y al arte.
—¿Qué va a encontrar el lector bajo este título-detonante, qué ha querido trasmitir?
Un conjunto de poemas con la variedad justa para que no haya monotonía ni aburrimiento (eso es lo peor que puede ofrecer un libro). Textos de línea clara, fechados en distintos tiempos y ubicados en lugares también muy diferentes. Unos rigurosamente auténticos, otros no tanto. Y como indica el título en absoluto desorden. Ya escribí en un libro anterior que “los poetas manejan mal su agenda”, en este caso yo la manejo disparatadamente con toda la intención. Seguro que habrá poetas muy organizados.
—Resulta inevitable no fijarse en la poderosísima y bella cubierta, que encaja como un guante con el poemario.
Le va a la perfección, y es mérito de la esforzada y brillante editora Alicia Arés. Siendo un libro con un buscado desorden resulta, como decimos coloquialmente, un libro “patas arriba”. Lo cierto es que la imagen llama la atención y provoca la curiosidad. Me encanta que las cubiertas arriesguen y tengan su atractivo y su protagonismo.
—¿Quién es su “lector cero”, esa persona de confianza que es la primera en leer sus poesías para darle una opinión crítica?
Sin duda mi esposa, Soledad Serrano, que es una lectura muy eficaz y una crítica feroz. Es una suerte tenerla tan a mano. Cuando hemos escrito libros de relatos juntos nos hemos corregido mutuamente, igual que cuando ensayamos nuestros teatros de voz. Como anécdota, en unas vacaciones en La Gomera, entre ella y la escritora Montserrat Cano, otra sabia lectora, me tiraron un libro entero abajo ¡y tenían razón! Siempre hay que tener ese punto de referencia crítica que no te dan los familiares incondicionales de las redes a los que todo les parece digno de poner un “me gusta” o los íntimos y cercanos que podrán quererte mucho, pero no tienen por qué tener criterio literario.
En todo caso, yo acepto incluso muchas opiniones críticas de colegas generosos y de quienes asisten a mis talleres de poesía que son colegas míos aunque se llamen alumnos.
—Zorrilla decía que la métrica y la rima son las vestiduras regias de la poesía. Es usted un milimétrico seguidor de ambas, de la sonoridad precisa y del verso clásico. ¿Por qué hoy en día cuesta tanto encontrar poetas que apoyen esta escuela?
Por puro desconocimiento, por vagancia o por modernidad malentendida. Abundan hoy, y desde hace bastante tiempo, poetas descuidados o pretenciosos que afirman que con sus sentimientos ya es suficiente y no se preocupan de vestir —Zorrilla dixit— sus poemas con un buen ropaje. Estamos en el mundo del “todo vale” y eso en arte hay que mirarlo con cuidado. Y conste que no se trata sólo de escribir al estilo más clásico. Hay muchos y buenos modos. Yo suelo utilizar el verso blanco, que además no es nada nuevo —ya lo utilizó el mismísimo Garcilaso— que está rigurosamente medido aunque exento de rima y tampoco suelen ser poemas isométricos, sino que alternan distintas métricas que combinan bien una con otras. En este libro aparece un soneto y un romance, pero porque me lo pedían los temas (un acercamiento a la mística y una historia de aire popular), pero no es lo más habitual en mi obra.
Por cierto, de la supuesta modernidad o el desconocimiento que dije al principio no están exentos muchos autores de los tenidos en cuenta por premios institucionales, editoriales campanilleras y clubes de intercambio de favores y otras marrullerías.
—¿Cómo definiría en cinco palabras su estilo poético?
Fácil, cotidiano, comprometido, experiencial, compartible.
O al menos eso pretendo, otra cosa es conseguirlo. Me explico:
En la línea oscura procuro no prodigarme aunque a veces también me salen oscuridades. Me gusta que se me entienda. Lo cotidiano es una de las principales materias poéticas que me interesa manejar.
Recuerdo a Leopoldo de Luis cuando le preguntaron en mi ciclo de “Poetas en Vivo” que si era poeta de la experiencia, contestando ¿se puede escribir desde otro sitio que no sea la experiencia?. Me complace lo cotidiano junto a la imaginería, lo comprometido junto a lo irónico y todo mi deseo es compartir y convertir al lector en un cómplice de ideas y emociones.
Escribí hace mucho mi propósito en tres versos: “Escribir por si alguien, algún día / tiene un dolor de corazón idéntico / o sufre una alegría semejante”. En eso estoy.
—No cabe duda de que una baza importante de su obra es el sentido del humor y la crítica social.
Totalmente. Siempre insisto en que el humor es lo contrario de aburrido, no de serio. Pueden expresarse cosas muy serias con buen humor. Utilizo a veces el humor descaradamente y otras la ironía. Claro que no siempre, porque no soy un humorista, sino un escritor con sentido del humor en la línea de la gran poesía española humorística desde el Arcipreste de Hita y aún antes.
Una muestra de mi gusto por el humor puede ser que mi primer libro, Encuentros, que obtuvo un accésit del Premio Adonais, me lo presentó, porque yo se lo pedí, el gran poeta humorista Jorge Llopis, en la Tertulia Hispanoamericana.
En cuanto a la crítica social, opino que el compromiso es inevitable si se quiere estar en el mundo retorcido, manipulado y vulgar que vivimos. O somos testigos críticos de nuestro tiempo o corremos el riesgo de convertirnos en una caricatura palabrera. A la poesía cuando es muy “pura” le ocurre lo que al agua, que no es recomendable.
Y ese compromiso, que a veces va de la mano del humor o la ironía, intento que esté lejos de los partidismos, los sectarismos, las manipulaciones, los estereotipos y el fundamentalismo que tan mal le sientan a la poesía y a la vida.
—¿Cómo ve el mundo de la cultura en la España de hoy en día?
Con preocupación por el exceso de comercialización, de banderías, de modas fundamentalistas, de autocensuras idiotas o cobardes, de presiones desde el poder y desde abajo.
La poesía como el arte y la cultura en general tiene que ser libre y eso ahora no está bien visto, sobre todo cuando no se tiene el apoyo de los grupos de presión que establecen cánones absurdos y paradigmas confeccionados desde la simpleza o el poder, lo ejerzan los políticos interesados o las masas descerebradas.
En todo caso, la cultura siempre ha sido un tema controvertido en nuestro país. Suelo decir que somos una nación llena de cultura pero repleta de incultos.
—Recomiéndenos un poemario que le haya deslumbrado últimamente y otro que sea su libro de cabecera.
Cito dos. El de un hombre: El bosque no es un árbol repetido, de Félix Maraña; y el de una mujer: Tratado de impertinencia, de Rocío Scharfhausen. Aunque lo cierto es que debería citar bastantes más, porque entre la mucha basura que llega a diario hay excelente poesía.
Y de libros de cabecera ya no digamos. Desde siempre, Antología Rota, de León Felipe; Antología de Spoon River, de Edgard Lee Master; Palabra sobre palabra, de Ángel González; todo Pessoa; todo Whitman, todo Enrique Valle (tan desconocido); todo Emilio Porta; todo Jaime Alejandre; todo Luis García Arés; todo Rafael Soler; todo Aarón García Peña; todo Juan Carlos Mestre… Mi cabecera es inmensa, habría muchísimos más.
—¿Con qué personaje histórico se iría de cañas?
Con varios porque me encanta charlar en una terraza con amigos. No estaría mal compartir mano a mano con Francisco de Quevedo.
Y ya puestos, organizaría una tertulia con cervecitas, juntando a Quevedo, Valle-Inclán, Manuel del Palacio, Baltasar de Alcázar, Voltaire, Mary Shelley, Cyrano de Bergerac y Gloria Fuertes. Nos lo íbamos a pasar de miedo.
—¿Cómo definiría la felicidad?
Difícil la cuestión. Diría que es la rara condición de estar en paz con quien eres y con lo que haces.
Curiosamente, cuanto más ofreces a los demás lo que eres y lo que haces, más crece esa sensación.
Claro que estar echando una siesta sin que suene el teléfono también es una felicidad inmensa; y tomarse una cervecita con unas patatas revolconas, acompañadas de sus torreznos en la Plaza Mayor de Salamanca mientras corriges tu próximo libro de poemas tiene su aquel.
DE LEJOS
Soy griego y soy romano, también cartaginés.
Llevo en mis manos piel de sefarditas
de árabes omeyas en Al-Ándalus.
Seguramente un resto de Tartessos
respira en mis pulmones
y sin duda hay iberos en mi forma de andar.
Cuando río descubro en mis mejillas
el aliento del frío de bárbaros del norte.
Sé que hay África en mí, aunque está lejos.
Que viajé con Ulises es probable,
que acompañé a Almanzor y a Gengis Khan
y a las tropas de Claudio por Bretaña,
aunque también estuve con Boudica.
Escapé de Cartago y de Jerusalén,
del teatro de Pérgamo, de Cannas y Platea.
Salí del más lejano oriente con el Sol,
lo seguí hasta el ocaso y una noche tras otra
volví a encontrarlo siempre a mis espaldas
Si perdí mi piel negra fue porque muchos siglos
la fueron diluyendo
y lo mismo pasó con otras pieles
que una vez tuve en Samarkanda,
en la isla de Hokkaido, en Rapa Nui,
o en la cueva Loltún de Yucatán.
Cuando nací en Madrid mi alma ya era vieja,
multicolor, difusa y peregrina.
Todo el tiempo reposa en mi garganta,
todas las sangres duermen en mi sangre
y todas me conocen
y yo las reconozco.
HERMENÉUTICA DEL SILENCIO
No saber, no entender, no querer más
que el vacío, la sombra, la mudez.
Mirar al fondo de la nada ahora
como antes mirábamos el mundo
pero sin ansia, sin dolor, sin miedo.
Entender, admitir, interpretar
con ojos nuevos que juzgar no quieren,
con el esfuerzo mínimo y ligero
de abrir los párpados apenas
y quedarse callado frente a todo.