Concepción Arenal, una de las pioneras del feminismo en España, ya tiene su homenaje en la ciudad de Madrid. Se trata de una placa en la fachada del Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid, (UCM), en la calle San Fernando. Este es el resultado de un acuerdo que fue aprobado por el pleno del ayuntamiento por unanimidad. La placa reza así:
José Fernández, concejal-presidente del distrito Centro, ha recordado que este homenaje conmemora “además del segundo centenario del nacimiento de Arenal, que se cumplió el pasado 31 de enero, su asistencia a esta universidad, donde se forjó como una intelectual y defensora de la libertad, algo que dejó patente en sus numerosos ensayos y en las tertulias a las que asistía, acompañada de su marido y vestida de hombre”.
Concepción Arenal no quiso ser una ‘señorita’
Concepción Arenal nació el 31 de enero de 1820 en La Coruña dentro de una ilustre familia gallega. Su padre, Ángel del Arenal, era un militar de altos mandos, pero de ideología liberal. Él mismo comenzaría a estudiar leyes, pero lo tuvo que abandonar para ingresar en el ejército. Además, será juzgado por sus convicciones políticas. Este le transmitiría a luchar por aquello en lo que cree y su pasión por el derecho.
Con tan solo 9 años su padre fallece. Pocos años después, en 1834 se traslada con su familia a Madrid para vivir con su tío el Conde de Vigo. Fue idea de su madre, pues esta quería que sus hijas recibieran la educación propia de unas señoritas de la época.
Concepción no estaba muy contenta con lo que estaba aprendiendo en el colegio para señoritas de la capital. Ella, lectora incansable, veía que lo que allí le enseñaban estaba muy lejos de lo que a ella realmente le interesaba. Allí, ella mismo dice que, aprendió “el arte de perder el tiempo”.
La estudiante que sorprendió al rector de la Universidad Central de Madrid
Desde pequeña tuvo un sueño en mente: ser abogada. Sin embargo, su madre no consintió que esta pisara la universidad. Fue en 1842, cuando esta muere, cuando Concepción decide iniciar su andadura universitaria.
Por las calles del Madrid de la época andaba un nuevo estudiante de cabello corto y sombrero. Miraba a los lados nervioso, como si ocultara algo. Entraba en las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid y se sentaba al fondo de la clase. No hablaba con nadie, solo se dedicaba a atender para no perder ni un solo detalle de la lección. Lo que nadie sabía es que ese alumno, era en realidad alumna. Su nombre era Concepción Arenal.
“La sociedad no puede prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del género humano”
Concepción Arenal
Las mujeres de la época tenían prohibido asistir a la universidad. Concepción se empeñó en romper de nuevo con otra de las barreras que le impedían cumplir su sueño de ser abogada.
Acudía cada día a clase disfrazada de hombre para poder acceder a la enseñanza universitaria. Se cortó el pelo, se puso un sombrero y comenzó a asistir a diario a las clases de Derecho de la Universidad Central, esa que hoy le rinde homenaje.
Un día fue descubierta. El rector pretendió echarla, pero Concepción se empeñó en derribar otro nuevo muro. Para ello llegan a un acuerdo: podría quedarse sí demostraba su valía en un examen. La gallega aceptó.
Los resultados del examen fueron tan brillantes que el claustro de la universidad se vio obligado a aceptarla. Concepción Arenal se convirtió por méritos propios en una de las primeras mujeres españolas en pisar las aulas de una facultad. Sin embargo, solo podía seguir siendo oyente. Nunca se le dio la oportunidad de matricularse. Tampoco recibió ningún título. Ni siquiera podía tener contacto con el resto de alumnos de la titulación.
Los cafés de Madrid, territorio prohibidos para las mujeres
El siglo XIX en Madrid estaba protagonizado por los cafés. Estos establecimientos no eran simples lugares de recreo, pues aquí se reunían las más altas esferas intelectuales de la época. Escritores, políticos, dramaturgos… se daban cita en los cafés de Madrid para pasar horas debatiendo en las tertulias que estos mismos organizaban.
Uno de los más famosos fue el Café Iris. Este nace en 1848 y se encontraba en el actual número 8 de la Calle Alcalá. Tenía forma de pasaje y conectaba con la Carrera de San Gerónimo.
Concepción Arenal no pudo guardar sus trajes de hombre cuando terminó la universidad. En 1848 se casa con Fernando García Carrasco, un hombre de mentalidad abierta que le permite seguir desarrollando sus aspiraciones intelectuales.
A Fernando le gustaba acudir a las tertulias políticas que organizaban en el Café Iris. Concepción quería acompañarle. Para ello, desempolvaba su traje y su sombrero y se introducía, disfrazada de nuevo, entre los más importantes intelectuales de la época.
Una periodista sin nombre propio
Junto con su marido comienza a escribir en prensa. Ambos colaboraban en el periódico La Iberia. Fernando caería enfermo y sería Concepción la encargada de escribir sus artículos. Sin embargo, las estrictas leyes de la época y los prejuicios contra las mujeres hacen que no pueda firmar sus escritos con su nombre.
En otra ocasión, presentó en la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Madrid un ensayo titulado ‘La beneficencia, la filantropía y la caridad’ (1860). En él plasmaba sus preocupaciones sociales y su compromiso con las clases más desfavorecidas. De nuevo, tuvo que utilizar un nombre falso para poder acceder al premio que la academia otorgaba. Para ello, utilizó el de su hijo Fernando, que entonces tenía tan solo 10 años.
Finalmente fue descubierta y por primera vez en la historia la Academia galardona a una mujer pues sus miembros fueron testigos de que la calidad de su trabajo no dependía del género de su autor.
“Abrid escuelas y se cerrarán cárceles“
Uno de los frentes contra los que luchaba Concepción Arenal era convertir las cárceles españolas en centros de reinserción. Durante dos años se dedicó a ser visitadora de prisiones. En aquel tiempo se dio cuenta de las condiciones indignas que soportaban los reclusos en las cárceles españolas. Pudo comprobar en primera persona los abusos que se cometían en estos centros, así como lo poco efectivos que eran estos métodos.
Propuso una reforma del Código Penal, pero, sobre todo, luchó para que la formación en leyes se extendiera a toda la población, “principalmente para aquellas clases que están más expuestas a infringirlas”.
Defendió que “los criminales son personas, no cosas” e imaginó un ideario de cárcel que se asemejaba a un hospital donde “solamente en vez del cuerpo tenéis enferma el alma”.
Su papel como visitadora hizo que consiguiera ser la primera mujer con un cargo relevante en la administración española. Siendo de nuevo pionera en romper los esquemas preconcebidos sobre qué y cómo debían ser las mujeres de la segunda mitad del siglo XIX.
Julia, la estudiante de Malasaña
Una de las vecinas más ilustres del barrio de Malasaña es aquella que pasa las horas apoyada en la pared de la Universidad, en la concurrida calle de El Pez.
En el siglo XIX, las mujeres tenían totalmente prohibido pisar las aulas de las universidades. Solo unas pocas privilegiadas recibían formación en las llamadas Escuelas para Señoritas, en las que se les enseñaba a ser buenas madres y esposas. Algunas valientes como Concepción Arenal desafiaron al sistema y decidieron arriesgarse para romper con lo que la sociedad esperaba de ellas.
Lo cierto es que no sabemos quién es Julia, pero muchos dicen que puede ser la propia Concepción. Otras interpretaciones dicen que es un homenaje a todas aquellas que también quisieron entrar, pero no pudieron.
Julia lleva desde el 2003 apoyada sobre los muros del Palacio de Bauer, sede de la antigua Universidad Central de Madrid. Sobre sus brazos sostiene una pila de libros. Su pose concentrada en la lectura recuerda a los viandantes que hubo un tiempo en el que un gran muro de piedra separaba a las mujeres de conseguir sus metas.
Concepción Arenal peleó por derribar todos esos muros que sepultaban todas las aspiraciones de las mujeres. Como ella, otras tantas iniciaron el camino que hoy muchas recorren. Homenajes como este son esenciales para recordar la obra de todas ellas a las que la propia historia consiguió borrar su nombre.